domingo, 8 de noviembre de 2009

La Anarquía no es una utopía...

La acusación de utopismo se lanza con tanta precipitación a los anarquistas que yo imaginaría que cualquiera que lea estas líneas ya ha tenido esa discusión en la que trata de demostrar, invocando claramente hechos históricos, análisis conceptuales y argumentos varios, lo plausible de nuestros ideales.Por mi parte, ya lo he explicado muchas veces, he llegado a pensar que la construcción de modelos viables incorporando nuestros valores era una actividad útil e importante, a la que es bueno que los anarquistas dediquen su tiempo. Esa es la razón por la que me he esforzado en dar a conocer la economía participalista de Michaël Albert.

Con este planteamiento es como querría presentar aquí las ideas que ya avanzó Stephen R. Shalom y que me parece que abren vías prometedoras sobre la cuestión de la política y la toma de decisiones colectivas. Su naturaleza es, creo, alimentar las reflexiones y las discusiones a propósito de una eventual política libertaria.

Adelanto, de entrada, que prefiero ofrecer un enfoque algo impresionista a un planteamiento preciso y exhaustivo del tema, que sería imposible desarrollar en estas páginas, y que, sin duda, dará al menos una idea relativamente justa de los problemas, reales e importantes, concretos y particulares, que se proponen.

Pongamos un grupo de personas que viven juntas. Deberán tomar decisiones que les atañen constantemente. Una de las funciones esenciales de la vida política reside en las cuestiones sobre las que habrá que inclinarse, precisar las maneras que permitan llegar a decisiones y contribuir a su realización. Esto se puede lograr de diferentes maneras y en el respeto (o el no respeto) de ciertos valores. El problema de Shalom es justamente imaginar instituciones políticas que permitan la toma de decisiones de acuerdo con ciertos valores. Antes de decir qué valores defiende exactamente y qué instituciones preconiza, veamos un poco los modelos que rechaza y por qué.


El leninismo

Una primera manera de actuar podría ser acudir a una élite que sabe lo que es bueno para cada uno, y que bien podría no corresponderse con los deseos de los interesados. Esta élite decidiría, por tanto, en nombre de todos, y sus decisiones serían inapelables.

Los filósofos reyes de Platón son un ejemplo de esta manera de plantearse la política. El Partido, en una visión leninista de la política, es otro ejemplo.

Sin embargo, si todo el mundo reconoce sin problemas que el saber, la información y la comprensión son deseables, incluso esenciales en la toma de sanas decisiones, este modelo nos hiere, sobre todo por su antidemocratismo, y porque usurpa la conciencia que tienen las personas de lo que quieren, que evoluciona con el tiempo. Intentemos, pues, otra cosa.


La democracia representativa

Otra opción sería que nuestras personas hipotéticas designaran (por voto o de otro modo) a representantes que decidieran por ellas. Con nuestras elecciones tenemos un modelo similar. Pero también tiene inmensos defectos, bien conocidos, especialmente entre los anarquistas.

En primer lugar, este modelo alienta la delegación más que la participación: se tiende a plantearse la política desde una perspectiva instrumental, olvidando que la participación en el proceso político transforma a los participantes. En una democracia representativa aplicada a una población amplia, una gran parte de ésta sólo participa un poco o nada en el proceso político, excepto para acudir periódicamente a votar; en cuanto a los que participan activamente, son transformados de modo efectivo por esa participación. Pero ¿de qué modo?

Lo sabemos bien: los representantes tenderán a mentir, a divagar, a ocultar sus verdaderas intenciones para ser elegidos, y todo el debate y todas las discusiones políticas se corrompen. Después, una vez elegidos, los representantes se alejan, en todos los sentidos del término, de quienes los han elegido (si es que alguna vez han estado cerca). Al cabo de cierto número de años, este alejamiento se cristaliza (en partidos políticos sobre todo) y los efectos conjugados de todos esos defectos tenderán a producir algo que se parece a los peores aspectos de la vida pública que conocemos en nuestras democracias liberales.


Posibles correctivos

Para paliar esos graves defectos, quienes consideran que la democracia representativa sigue siendo el mejor modelo posible han sugerido incorporar correctivos. Se podría, por ejemplo, dicen, forzar (mediante algún mecanismo que os podéis imaginar) a los representantes a vincularse a sus electores mediante sus promesas electorales. ¿Atractivo? No, y para estar de acuerdo, considerad lo que viene a continuación.

Según este escenario, si X ha prometido Z para ser elegido, deberá realizar Z una vez elegido. Recordemos la frase "vincularse mediante sus promesas" de la democracia representativa. El problema del caso es doble.

En primer lugar, y esto es grave, la vida política es por esencia deliberativa, y con nuestro nuevo modelo, la deliberación resultará inútil. Se elige a la gente por sus promesas, y ellos aplican sus promesas: punto final. Entonces, y eso podría ser peor, la vida política es y debe ser adaptativa y, por tanto, permitirnos hacer frente a los numerosos y constantes cambios que caracterizan a la vida en común: pero con una democracia representativa ligada a sus promesas no se puede. Por ejemplo, si las condiciones que hacían Z deseable ya no existen y eso ya no es deseable, X deberá a pesar de todo realizar Z. Eso es absurdo y puede no convenirnos.

Una solución a este problema sería elegir a nuestros representantes por un mandato y proceder a continuación al sondeo. Pero, en este caso las discusiones entre los elegidos serán inútiles, y los elegidos superfluos.

¿Buscamos otra cosa? Muchos piensan que la solución está en la democracia, pero no representativa sino directa. Veamos.


La democracia directa

En una democracia directa son las personas la que deciden, no sus representantes. Se podría imaginar, por ejemplo, que con la ayuda de nuestros ordenadores personales tuviéramos referendums sobre todas las cuestiones. Eso tendría el mérito de incitarnos a informarnos y hacer valer nuestra voz.Pero ¡qué de tiempo habría que dedicarle!

¿Y cómo informarse seriamente de todas las cuestiones que se van a plantear? Peor aún: el proceso no es deliberativo. Con este sistema se puede sin duda decir: "Voto sí (o no)", pero no: "Me gusta este aspecto o ese otro de la propuesta" o "Quisiera matizar esa formulación". Esos defectos serán más agudos que el modo de tratar de polarizar de modo justo las posturas. Convencidos de que estos problemas residen en el hecho de querer aplicar la democracia directa a una población amplia puesto que solo es posible a pequeña escala, algunos proponen que el marco deseado y obligatorio de la vida política sean pequeñas comunidades autónomas. En ellas, y sólo en ellas, según su opinión, es posible la democracia directa, cara a cara.

El defecto irremediable de esta propuesta es que los problemas son (y lo serán cada vez más) regionales, nacionales e incluso globales, de modo que sus soluciones no pueden decidirse exclusivamente a nivel local. Además, esas pequeñas comunidades se ven privadas de las preciosas y vitales economías a escala: ¿debería tener cada una de ellas su hospital de tecnología punta, su universidad, y demás?Se dirá entonces que tendrán que cooperar. Pero ¿cómo y por qué mecanismos tomarán sus decisiones? ¿Y cómo se relacionarán unas con otras conservando su autonomía legítima (y cuál)?

Llegado a este estadio en su reflexión, Shalom adelanta la que cree la solución más prometedora, procedente de la tradición anarquistas, consistente en conservar la idea de los consejos geográficamente definidos. Defiende esta idea porque le parece que incorpora los valores que las instituciones políticas deberían incorporar: la libertad, la justicia, la participación, la solidaridad, la tolerancia. Paso por alto el detalle de las argumentaciones que le conducen a conservar esos valores y a concluir que los consejos permitirán que se mantengan, para centrarme directamente en los aspectos más concretos de su funcionamiento.


Los consejos

Un consejo es una agrupación de personas con el número suficiente de miembros para que pueda haber variedad de puntos de vista, pero lo suficientemente pequeño para que cada uno pueda participar activamente en las discusiones, que se desarrollarán cara a cara. Podemos imaginar que un consejo está compuesto de, digamos, veinte a cincuenta personas. Este consejo toma él solo las decisiones que afectan a los miembros del consejo y a ellos mismos.

Para el resto de las decisiones, cada consejo envía un delegado a un consejo de un nivel más elevado, y ese delegado lleva el fruto de las deliberaciones del nivel inferior al nivel superior, donde se tomará la decisión. El consejo puede a su vez enviar a un delegado a otro consejo, según el número de personas que se vean afectadas por la decisión a tomar.

Observad que si se fija en cuarenta el número medio de miembros de un consejo, basta con siete niveles para implicar a unos cuarenta millones de personas en una decisión que afectaría a todas. Podemos imaginar un sistema de rotación para determinar quién será el delegado y plantear que se instituya un sistema de recordatorio que asegure que el delegado haga correctamente su trabajo.

Pero, a este propósito hay que insistir en el hecho de que el delegado no es una simple correa de transmisión de la voluntad del consejo del que proviene. El consejo donde va a actuar es en sí mismo una estructura deliberativa, y si se descubre que una decisión sobre determinado tema sigue siendo controvertida, el asunto desciende al escalón inferior. Pues bien, ¿cómo se tomarán las decisiones?
Shalom plantea que el consenso es un ideal, un ideal que puede aspirar a alcanzar a los pequeños grupos, como son los consejos. No obstante, en el caso de que esto no sea posible, y puesto que es preciso tomar decisiones, se utilizará la mayoría. Hay algo de acertado -que no se puede despreciar- en la graciosa observación de Clement Attlee, que afirmaba que "si la democracia es un modo de gobierno fundado en la discusión, sólo es eficaz si se logra evitar que la gente hable".

Pero Shalom recuerda también ese hecho crucial que se da entre las personas con desacuerdos reales, profundos y a veces apasionados. En ciertos casos, es la mayoría la que tiene tales convicciones; en otros, la minoría. Esto plantea serios problemas a todo proceso político, y en particular el de asegurar que la mayoría no podrá tiranizar a la minoría (un caso tipo sería el del que un 55 por ciento de la población decidiera reducir a la esclavitud al 45 por ciento restante…).

Por tanto, para asegurar esta protección, hay que añadir a nuestros consejos una constitución, que necesita de prohibiciones. Pero se presentarán dificultades inesperadas, complejas. Para aquellos, hará falta una instancia decisoria. Actualmente, se trata del Tribunal Supremo. Shalom propone una institución similar, pero cuyos miembros, por las razones evocadas anteriormente contra las elecciones, no fueran elegidos. Pero tampoco serían vitalicios, porque eso los convertiría en una oligarquía corporativista que defendería típicamente los intereses de una minoría favorecida a la que pertenecen. ¿Entonces? Deberían ser elegidos al azar, como los jurados, y en un número suficiente para constituir una buena muestra de la población. Serían nombrados por un periodo determinado -digamos dos años- y constituirían un cuerpo deliberativo.

Advirtamos que Shalom presupone durante todo su razonamientos que lo que nos adelanta es lo mejor en el seno de una sociedad que, en el plano económico, funciona según las instituciones a su vez respetuosas de los valores promovidos. Si se trata de la economía participalista desarrollada por su amigo Michaël Albert, eso significa claramente que todo el mundo comparte de modo equitativo tanto los esfuerzos y los sacrificios dedicados a la producción como los beneficios del consumo. Nadie en particular ocupa un empleo más valioso que otro, y todos deben cumplir una serie de tareas equilibrada por su combinación de aspectos deseables y menos deseables.

En defensa de su modelo, Shalom hace valer estudios de psicología social que muestran algo interesante y pertinente. Si tomamos, por ejemplo, una cincuentena de personas que tras un sondeo han manifestado puntos de vista conservadores sobre temas como el aborto o la pena de muerte, y se les permite un tiempo para informarse y discutir, frente a frente, entre ellos y con gentes de posturas diferentes, resultará que acabarán adoptando posturas más progresistas y racionales.


De la importancia de los modelos

Si sigue siendo perfectible, incluso aunque la compatibilidad de esas ideas con los ideales libertarios esté por discutir o aunque lo que se propone deba superar una prueba práctica, un trabajo como este me resulta no sólo interesante desde el punto de vista de las ideas, sino también igualmente importante desde el punto de vista de la acción militante. Ello se debe a varias razones, en particular las que siguen a continuación.

En primer lugar, este trabajo nos evita hundirnos en el desesperante fatalismo del "no hay alternativa", y nos permite tener algo que responder a quienes vacilan a la hora de militar porque dudan. Además, contribuye a dar sentido, esperanza y orientación a la acción militante. Por último, nos recuerda ese hecho inevitable según el cual, una vez vencida la economía capitalista, quedarán un montón de problemas para resolver, incluido el de crear unas instituciones políticas sanas.

Normand Baillargeon (Le Monde libertaire)
Extraído del número 256 de la revista "Tierra y Libertad" (Noviembre de 2009), donde aparece publicado con el título "El participalismo: en qué han de inspirarse los anarquistas".
http://www.nodo50.org/tierraylibertad/6articulo.html

3 comentarios:

  1. compañeros no se donde habeis leido esa definición de leninismo, pero ni por asomo se asemeja a la realidad.

    Con todo el respeto, hay q informase mejor....

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  2. Las tesis leninistas dicen que la revolución no es posible sin la existencia de una vanguardia que la ponga en marcha y la dirija hasta su fin. Esa vanguardia revolucionaria, autoproclamada como la única fuerza capaz de convertir al proletariado en auténtico sujeto histórico, queda materializada en el Partido. El Partido Comunista se encargará de proporcionar a los obreros la conciencia de clase necesaria para que puedan actuar en el escenario de la historia, ejerciendo como vanguardia a la vez material e ideológica.

    Básicamente, eso es el leninismo. En este artículo es posible que se de una visión demasiado reducida del mismo, pero en ningún momento se dice nada que no sea verdad. Si piensas que esta definición no se asemeja en nada a la realidad creo que deberías ser tú quien se informara un poquito mejor.

    Salud y cultura.

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  3. Al margen de lo anterior, me gustaría invitarte a que nos den una definición de lo que tú entiendes por "leninismo". En caso de que te animes a compartir con los demás tu visión sobre este tema, te doy las gracias por adelantado.

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